domingo, 14 de septiembre de 2014

Ana del aire


(Asi se llama este capítulo de la página 107 del libro de Adela)

-No te preocupes, es natural. Nazca donde nazca uno siempre quiere estar en otra parte.

...
La efervescencia del ambiente entre nostálgico y delirante, los imaginativos atuendos de los viajeros, la inminencia de Nueva York, Londres o Estambul, el plateresco de las platerias, las casas de cambio con sus inaccesibles dólares y la experiencia de viajar sola me aceleraban el pulso aquella mañana. El frenesí de los aeropuertos exacerba mi inseguridad y me hace vulnerable. Debo hacer un esfuerzo para mantener bajo control la sensación de despedida final, de trátame bien porque quizá nunca me vuelvas a ver. 

Los aeropuertos me inquientan siempre, me sudan las manos, revuelvo el bolsón de viaje una y otra vez para asegurarme de que no he olvidado nada, necesito tocar obsesivamente el pase de abordar para asegurarme de que no lo he perdido, y siento una necesidad compulsiva de comer cualquier cosa para contrarrestar la sensación de vértigo que me sube y baja en el estómago.

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