La primera vez que estuve en Tepoztlan tenía unos 12 o 13 años.
Llegamos de madrugada, con mochila al hombro, bordon y slepping para un
campamento de 4 días, el autobús nos dejó a orilla de la carretera así que nos
esperaban algunos kilómetros para el destino final. Apenas empecé a caminar por
esas calles empedradas y me enamore, esas sombras altísimas que rodean el
pueblo como guardianes de la noche, negra como ella sola, el silencio, las
fachadas que lograba distinguir, la gente que se asomaba a su ventana al oírnos
pasar. En esa caminata rumbo a Meztitla tuve suficiente tiempo para guardar
esas imágenes en mi mente. A la mañana siguiente me volví a enamorar, esta vez del
Tepoztlan de día, descubrí la identidad de los guardianes, esos cerros
irregulares que acompañan al Tepozteco, de su gente, de sus grillos en mi
quesadilla, de su mural de semillas, de sus leyendas.
Desde entonces
regrese por varios años consecutivos, por la misma temporada, hasta que se
acabaron los tiempos de canciones alrededor de la fogata, pero a pesar de que
cambie las botas por los converse he vuelto otras veces más, ha cambiado mucho
y a la vez nada de como lo idealizo, pero yo, yo soy siempre un poco diferente
a la anterior.
Y aunque
seguramente debo compartirlo con muchos, Tepoztlan es MI pueblo mágico.