La llamada se cortó de repente. Todavía con el auricular en la mano, me quedo contemplándolo un rato. Como si el auricular fuese, en sí mismo, un mensaje importante. Como si su color o su forma contuvieran algún significado implícito. Me lo pienso mejor y cuelgo. Me siento en la cama, espero a que suene de nuevo. Me apoyo en la pared y respiro lentamente, en silencio, fijando la atención en un punto del espacio, ante mis ojos. Compruebo los lazos entre un tiempo y otro tiempo. El teléfono no suena. Un silencio sin promesas llena indefinidamente el aire. Pero yo no tengo prisa. No hay por qué apresurarse. Estoy preparado. Puedo ir a cualquier parte.
¿Verdad que sí? Sí.
Salto de la cama. Descorro las viejas cortinas quemadas por el sol, abro la ventana. Me asomo, alzo los ojos hacia un cielo todavía oscuro. En él, no hay duda, flota una media luna de tonos enmohecidos. Con eso basta. Estamos mirando la misma luna del mismo mundo. Estamos ligados a la realidad por una sola línea. Seguro. Sólo tengo que ir tirando de ella en silencio.
Haruki Murakami
Sputnik mi amor