Esa noche que hicieron el amor los dos llevaban ropa que no solían usar habitualmente. Ella llevaba un vestido negro y tacones, por razones que esa tarde requería, el llevaba traje sin corbata porque ese jefe suyo a veces se lo pedía. Ella ya iba un poco despeinada y él llevaba la camisa por fuera. El llego tarde disculpándose, poco habitual en él. Ella llego antes de tiempo, poco habitual en ella.
Lo que tenían en común esa noche era el hambre y que no tenían idea de como acabaría.
Pero la ropa, la ropa. Debieron saber que era un presagio. Ya habían cambiado, también en eso, mas por las circunstancias que por convicción propia (como lo demás en ese mundo que tenían juntos) pero también por fuera se veían diferentes.
Esa noche tampoco sabían que seria la última vez porque pensaron que ya había ocurrido, y aunque fue la última se parecía mucho a las primeras veces unos años atrás, Intensa, desenfrenada y en el lugar menos común de la casa: donde cayeran las ganas. Así se amaron casi siempre, así se amaron esa vez.
Hoy, pero ya hace algunos años era sábado y su cerebro liberaba dopamina en menos de 8 segundos cuando volteó a esa puerta del que solía ser uno de sus cafés favoritos. Ambos se cambiaron la vida, como solo dos personas que saben de amor asíncrono se la pueden cambiar.