Todo es culpa de nuestra historia de abandonos. Los pasados, presentes y futuros abandonos fantaseados y temidos. Todos, con gran certeza, decimos que nuestras huellas de abandono nos han vuelto defensivos, celosos, posesivos, demandantes, agresivos, depresivos, ansiosos o abandonadores compulsivos...
Todos somos incongruentes cuando se trata de estar incondicionalmente al lado de alguien, porque nos gana el egoísmo, nuestras vidas ocupadas, nuestro potencial agresivo, nuestros deseos de castigar mediante el silencio. Decimos que amamos pero abandonamos. A nuestra pareja cuando está en un mal momento, porque nos llena de angustia darnos cuenta que amar es sobre todo, amar la sombra en el otro. A veces elegimos profesiones u horarios de trabajo (inconscientemente) que nos garanticen distancia de la gente que decimos querer y terminamos abandonando a esos por los que trabajamos sin descanso, pero que nunca tenemos tiempo de ver.
Abandonamos cuando no nos interesamos en lo que nuestra pareja, hijos, amigos, compañeros de oficina… sienten, hacen, viven. Buscamos una actualización general de sus vidas, para quitarnos la culpa de encima. Le hablamos a nuestra madre una vez a la semana, la invitamos a comer los domingos. Todo para sentirnos menos malos hijos.
Se nos olvidan los detalles cotidianos que los otros nos refieren con pasión y nos justificamos diciendo que somos distraídos y desmemoriados. La realidad es que abandonamos al otro cuando su mundo nos genera bostezo e indiferencia. Pero así somos todos a veces, porque a ratos no podemos ni con nosotros. Porque de vez en cuando la vida es difícil o poco interesante y hacemos magia para intentar conservarnos motivados.
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El miedo al abandono se resuelve rehabitando el yo de maneras gozosas y creativas. Recuperando el sentido de plenitud que tiene existir, desarrollando la capacidad de disfrutarnos estemos solos o acompañados. Como dice Comte Sponville, estar vivos y no muertos debería bastarnos.
Sí. Los abandonos son parte de la historia, pero jamás la historia completa. Y como siempre, es mucho más útil mapear y combatir nuestra forma particular de abandonar-nos y de abandonar a los otros. Porque a los otros les podemos demandar, exigir, suplicar o gritonear atención pero jamás la conseguiremos, si no nos la quieren dar.
El otro día pensé que solo se trata de intentar, todos los días, ser un poquito menos miserables. Nada espectacular. Sólo cuidarnos un poco más. A nosotros. Y a los demás.
Fragmentos que hacen sentido tomados de
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